Auschwitz

Los nazis mantenían su tema de ser una raza superior aria y estaban dispuestos a llegar hasta el final para preservarla. Vale la pena recordar aquí que Hitler desde el año 1919, cuando inició su ascenso político al unirse al partido Obrero Alemán, ya consideraba a los judíos ciudadanos de quinta categoría y abogaba por una expulsión sistemática de ellos de Alemania, hasta lograr iniciar su destrucción en 1933, aislándolos en campos de concentración junto a presos políticos, gitanos y homosexuales y haciéndolos trabajar en circunstancias inhumanas.

Sin embargo, dado el tamaño del pueblo judío consideraron que no era suficiente para poder acabarlos, así que, en una reunión de los directores nazis en 1941 se sentaron a definir alternativas y como resultado se decidió hacer una “solución final” para asesinar a todos los judíos europeos y fue entonces cuando aparecieron  los campos de exterminio de los cuales 6 de los 7 que se crearon fueron construidos en Polonia.

Nunca antes había querido ir a un campo de exterminio porque presentía que mi emocionalidad se iba a derrumbar, no tenía la madurez para enfrentar esta dura realidad que aunque histórica estaba en mi presente. Pensé que la edad y el haber leído varios libros sobre el tema me permitirían estar allí con relativa serenidad.

Cuando cruzamos la puerta de Auschwitz-Birkenau mis sentidos entraron en la dimensión del dolor profundo y todas mis emociones se cruzaban en medio de sentimientos de rabia, impotencia, dolor, compasión, tristeza y perdón por el exterminio de millones de seres humanos inocentes.

Estar en el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo (1940-1945) donde se calcula que fueron enviadas cerca de un millón trescientas mil personas, que cruzaron la misma puerta que ahora nosotros pasábamos con el lema cruel del recibimiento: «El trabajo libera», casi me paralizaba, me dolía el corazón y solo podía aferrarme a mi cámara como mi compañera testigo de lo que mis sentidos percibían.

“Considerad si es un hombre/Quien trabaja en el fango/Quien no conoce la paz/Quien lucha por la mitad de un panecillo/Quien muere por un sí o un no…”. Primo Levi

A medida que iba descubriendo unas y otras historias, en cada escalera, en cada cuarto, en cada fotografía, en cada ventana sellada, el alma de todos los que por allí pasaron era parte mía por segundos y las lágrimas salían y salían como única forma de expresar y comunicar lo que estaba sintiendo. Pensaba en el millón cien mil muertos, muchos sometidos a experimentos médicos, niños, mellizos y enanos a investigaciones seudocientíficas, mujeres a esterilizaciones forzosas, hombres a castraciones y experimentos de hipotermia y resonaba en mi cerebro una y otra vez el nombre del más cruel y conocido de los médicos, el capitán de las SS, las fuerzas de seguridad de Hitler, el más conocido y cruel de los médicos: Doctor Josef Mengele.

Los rieles que parecen llevar al túnel de la muerte, el vagón de tren sellado donde no se podía respirar, ni comer, ni tomar agua, solo hacer sus necesidades fisiológicas e inhalar aquella podredumbre como único signo de vida.

«Era pleno invierno y viajábamos en vagones sin techo. Los que no caían por inanición, morían de congelación. Yo mismo llegué a perder el conocimiento, pero alguien me recogió.” Siegfried Meir

Cada paso dentro de Auschwitz es más duro que el anterior, el edificio donde están las instalaciones del centro de exterminio, donde se utilizaba el gas Zyklon B como instrumento de muerte con los definitivos cuatro crematorios grandes, ya que las cámaras de gas provisionales I y II que anteriormente habían organizado, no cumplían con las necesidades requeridas para la escala de exterminio que tenían prevista, con sus tres componentes: un área para desnudarse, una gran cámara de gas y los hornos crematorios; las operaciones de gaseo, el proceso de selección donde el personal de las SS decidía que la mayoría de los recién llegados no era apta para realizar trabajos forzados y los enviaba inmediatamente a las cámaras de gas disfrazadas como duchas para engañar a las víctimas.

“Estaba de pie al final de la fila de prisioneros, decidiendo quién iría a la cámara de gases y quién a las celdas. Indicó a mi madre que se colocara a la izquierda y yo la seguí. El Dr. Mengele se dio cuenta y me agarró. Nunca olvidaré ese contacto visual. Me dijo vas a ver pronto a tu madre, solo va a darse una ducha. Fue la última vez que la vi”. Edith Eger.

Cuánto dolor ver los cientos de maletas y bolsos de viaje cargados de esperanza y confianza y de sus pocos efectos personales en general de escaso valor económico, que les eran arrebatados a su llegada al campo, confiscados, clasificados y enviados en vagones para ser redistribuidos entre instituciones y la población de Alemania. Era lo único que ya les quedaba pues habían sido despojados de sus negocios, sus talleres, sus permisos laborales, sus títulos académicos, sus hogares, sus ahorros, sus reliquias familiares y todo aquello que no cupiese en un fardo.

En total, aproximadamente 1,1 millones de judíos, 150.000 polacos que no eran judíos, 23.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos y otros 25.000 considerados enemigos del régimen fueron deportados a Auschwitz.

A mediados de enero de 1945, al ver que las fuerzas soviéticas se acercaban al complejo de campos de concentración que incluía Auschwitz I, Auschwitz II-Birkenau, Auschwitz  III-Monowitz y 45 campos satélites, las SS asesinaron a miles de prisioneros e iniciaron las marchas de la muerte obligando a casi 60.000 a marchar hacia el oeste desde Auschwitz, causando la muerte a casi la totalidad de ellos y dejando unos 7.000 débiles y moribundos que fueron liberados por el ejército soviético.

Terminó nuestro día cargado del shock inicial y continuado, sintiendo la apatía, la despersonalización, la crueldad, y el peso de la historia sin sentido.

“Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”. Papa Francisco. Oración escrita en el libro de honor del campo de exterminio de Auschwitz-Bikernau.

3 comentarios:

  1. Queda uno sin poder respirar, que horror!! Después de leer tu relato no queda más que, como el Papa Francisco, pedir perdón por todo lo que hemos hecho y por todo lo que hemos permitido hacer.

    No puedo dejar de recordar que mi padre siempre repetía esa frase famosa de no me acuerdo quien “ me duele la maldad de los malos y la indiferencia de los buenos”.

    Gracias por compartir esta experiencia, no debe ser fácil ponerla en palabras y permitir, como tu lo hiciste, que el dolor llegue a tus lectores de una manera tan honesta. Un abrazo enorme

  2. Luisa querida, gracias por tus palabras, por tu empatía para sentir el dolor mientras estuve allí y luego al revivirlo cuando lo escribí. Totalmente de acuerdo con la indiferencia de los buenos y el perdón del papa Francisco. Abrazos

  3. Terrible época, gracias a Dios no nos toco vivir, aunque el recuerdo y tus relatos nos lleven a esa.!!
    Besos

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