Habíamos escuchado y leído varias veces en las noticias que a los excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC como resultado del acuerdo de paz se les daría un sitio donde se podrían reunir protegidos por el ejército después de dejar las armas. Estos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación -ETCR- les permitirían a los excombatientes, campesinos con escasa educación en su mayoría, recibir formación y algunos apoyos para iniciar algún tipo de proyecto productivo.
El momento para nosotros llegó estando en Icononzo, pueblo que fuimos a conocer por ser el lugar de natalicio de mi padre y donde sabíamos que había un famoso Puente Natural de la época de la violencia. Como nos informaron que el camino hacia allí tenía muy malas condiciones decidimos tomar un taxi y hablando con su conductor nos enteramos que había un ETCR a una hora de donde nos encontrábamos. Nos miramos con Carlos y no dudamos ni un segundo en decir: llévenos allá por favor.
Cuando íbamos camino hacia el campamento por una carretera solitaria y en muy mal estado, el taxista un señor mayor que lleva muchos años viviendo en la zona nos comentaba:
La ubicación del campamento en la cima de la montaña nos hizo recordar la que tenían los pueblos en la Edad Media para su defensa. A medida que nos acercábamos empezamos a ver los dibujos y mensajes en las paredes de las casas de Marulanda, el Che, Castro y hasta del Moño Jojoy quien nació en Icononzo. Pensábamos que los guerrilleros han creado en los últimos 50 años sus propios “héroes” mientras que los colombianos y latinoamericanos en general hemos desaparecido los nuestros de nuestra historia.
El aire pesaba, se sentía denso, era extraño porque la naturaleza y el entorno lo invitaban a correr con toda libertad. Llegamos y el taxista a quien ya conocen, entró a una de las casas donde estaba el comandante a pedir permiso por nosotros.
Nos observaban desde diferentes patios, ventanas, puertas, ojos cargados de desconfianza, de resentimiento, de miradas retadoras y en el mejor de los casos, ojos que nos esquivaban desconfiados por no pertenecer ni a su resguardo, ni a su clase, ni a su historia.
Caminamos lento, bajando de frente la pequeña planicie donde habíamos estacionado al llegar, observando las viviendas estratégicamente ubicadas, las abiertas a la distancia y las cercanas cerradas para quitar cualquier posibilidad de comunicación.
Unas dos cuadras abajo después de una curva viene un joven de frente a nosotros subiendo la cuesta. Le saludamos como a muchos que poco o nada contestaban. Pero Willington se dirigió a nosotros y nos extendió su mano derecha, en la que faltaban dos dedos, para saludarnos. Carlos es un experto en romper el hielo y comunicarse fácilmente, así que rápidamente la aprehensión y desconfianza del ex militante de las FARC se transformaron en contarnos que hace tres meses vive en este campamento, con su mujer quien en sus palabras vivió el conflicto sin pertenecer a él.
No queríamos que se fuera, nuestro objetivo era que hablara y escucharlo, así que le trancamos con nuestros cuerpos el paso y logramos un diálogo, que con su permiso lo presentamos en el siguiente vídeo que no requiere de más palabras.
Fue todo tan natural que después comentábamos muchas cosas que hubiéramos querido preguntar, pero todo esto fue secundario comparado con el objetivo que tuvimos de venir a este sitio y estar con ex guerrilleros de las FARC: Quisimos entrar en el proceso de sanación y perdón que está haciendo el país y que todos los colombianos afectados directa o indirectamente debemos hacer por nuestra paz, la de nuestros hijos y la de toda una sociedad. Hoy nos sentimos muy agradecidos con la vida que nos dio la posibilidad de enfrentar y sanar este doloroso momento de nuestras vidas en este viaje sin planearlo, ni buscarlo.
El 18 de julio de 1981 mientras dos niños jugaban fútbol en el parque que dividía dos edificios de Unicentro unos muchachos jóvenes con libros de estudiantes, en realidad pertenecientes al frente 18 de las milicias urbanas, lograron su confianza y los secuestraron. Vivimos la más dolorosa pesadilla que un ser humano puede vivir. Por eso, al terminar el diálogo con Wellington le dijimos con nuestra voz ahogada por el llanto: “vinimos aquí porque necesitamos en nombre de nosotros y de nuestros hijos perdonarlos, hace 37 años unos muchachos de su grupo guerrillero secuestraron nuestros hijos y partieron nuestra vida en dos; tuvimos que irnos como muchos otros colombianos a los que nos ha dolido la patria durante todo este tiempo y dolorosamente sabemos que nuestra familia nunca regresará. Hoy queremos abrazarte a ti para reconciliarnos, para sanar nuestra alma y dejar en el pasado esta guerra que ha tenido tantas víctimas inocentes”.
Willington con los ojos con lágrimas nos contestó: “gracias por venir a buscar la reconciliación, el dolor está en todas partes, yo tengo un hermano desaparecido y mi abuela fue asesinada”.
Nos dimos un último abrazo y regresamos en el taxi a Icononzo por el dificultoso y largo camino que ahora nos pareció corto y mucho más amigable.
Esto si fue importante. Valió todo. Me dejaron en silencio y con el corazón apretado, por uds y por Colombia…y por qué no, hasta por Vzla.
Los quiero mucho, sigan aprendiendo por el Camino
Gracias amiga querida por tu apoyo a la paz de nuestros países.
Increible experiencia!.
Gracias por compartir estos momentos sanadores.
Gracias a ustedes por el apoyo.