Aunque Machupichu es una maravillosa obra de la arquitectura inca, realmente es mucho más que un monumento a una de las culturas indígenas más determinantes de América, es el centro de un imperio que en tan solo 100 años (1438-1533), creó una monarquía absoluta con sus cinco gobernantes (Pachacútec, Tupac Inca Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa), en donde sus 10 millones de habitantes hablaban más de 15 idiomas, y estaban ubicados nada más que en 2 millones quinientos mil kilómetros cuadrados, entre el Océano Pacífico y la selva amazónica, partiendo del sur de Colombia hasta el norte de Chile, es decir, dos veces el tamaño de Colombia y casi la superficie de toda Europa.
La ciudadela Inca que se encuentra situada en plena selva tropical, a unos 2.430 metros de altura, es un sueño arquitectónico construido sin interrupciones en tiempos del Inca Pachacutec, en el año 1450, en medio de montañas imponentes y sagradas, edificada con grandes bloques de piedra unidas entre sí, sin ninguna mezcla y con un mínimo de espacio entre ellas. Está rodeada de templos, andenes y canales de agua y era el centro político, religioso y administrativo de la época.
Decidimos hacer el camino inca Capaq Ñan que fue construido por el soberano Pachacutec, y que tiene 43 kilómetros por antiguos senderos incas, queríamos pisar las piedras, subir las escaleras y andar los senderos que recorrieron los seres humanos que día a día atendían y complacían a su soberano yendo y viniendo a Cuzco; cuentan que todos los días mensajeros en relevos recorrían cientos de kilómetros para traer pescado y mariscos de la costa frescos al imperio y este camino era una pequeña parte de ese recorrido.
Iniciamos en Pisqacucho, preparados para pasar los 4 días y 3 noches, durmiendo en carpa y en campamentos montados cada noche, sin electricidad ni red telefónica. Salimos con nuestro equipo de cocineros, guias y porteadores, después de escoger la ruta Mollepata, una de las tres existentes, que es la más larga y con el paso más alto de la montaña, 4.200 metros, en plena cordillera de los Andes.
El primer día caminamos 13 kilómetros, después que un bus nos llevara por dos horas y media hasta un punto donde iniciamos nuestro ascenso hacia el valle de Cusichaca pasando por las ruinas de Llactapata (2.840 metros), en medio de bosques, hermosa vegetación y muchas llamas hasta llegar al pueblo de Huayllabamba (3.057 metros). Gran recibimiento con exquisita comida y nuestro campamento perfectamente armado, incluidos baños móviles!
El segundo día fue el más difícil debido a la exigencia física. Asentamientos, túneles y muchas ruinas incas, escalones de piedra milenarios y vistas majestuosas. Aquí subimos al punto más alto del recorrido el “paso de la mujer muerta” (4.215 metros) el nombre no era muy motivador así que mejor olvidarlo. Desde ahí vimos las ruinas de Runkurakay (3.760 metros)
El tercer día, 16 Km! Además casi todo el trayecto de bajada con una vista extraordinaria. Fue un descenso vertiginoso hasta el valle del rio Pacaymayo. Piedras en el camino que no llegaron a la ciudad.
El último día, 3 km, este pequeño trayecto escondía algunas de las mejores muestras incas: Phuyupatamarka, Wiñaywayna. Al dejar estas ruinas, emprendimos un descenso gradual que se iba haciendo más y más complicado al final. Por Fin llegamos al Intipunku o Puerta del Sol. ¡Qué espectáculo! ¡Qué vista tan magnifica! ¡Cuánto esplendor de la naturaleza! Teníamos la recompensa incomparable: Machu Picchu, la montaña vieja, el lugar sagrado, retiro para el Inca Pachacútec y su familia.
Al día siguiente temprano en la mañana tuvimos la extraordinaria oportunidad de entrar a la ciudadela antes que llegaran los turistas y así poder sentir el alma de las piedras, la energía de los incas caminando y corriendo por entre los diferentes recintos, la risa de los niños jugando, el agua cayendo de las gárgolas naturales, el viento cantando al amanecer, el sol subiendo un día más a iluminar y sacar el brillo a cada una de las piedras traídas desde 20 km de distancia, la vista con sentido que te llama en cada uno de los observadores dejados en las paredes perfectas para ver el ocaso del sol o el solsticio de verano, el observatorio astronómico, las tumbas reales, la mansión de los altos sacerdotes, el reloj solar, los saltos de agua y canales, el altar de súplicas y pedidos, la torre redonda y así logramos transportarnos unas horas a vivir hace 500 años en esta ciudad imperial, rodeados de paredes de bloques de piedra tallados, con ángulos perfectos, encajando a la perfección, donde no importaba si la lluvia era torrencial, porque el drenaje no permitiría ni apostamientos, ni inundaciones y si por casualidad hubiera un terremoto los edificios se mantendrían tan fuertes como el primer día porque están construidos de tal manera que permiten soportar el movimiento sísmico y mantenerse imponentes para que la humanidad siga tratando de entender, cómo en esa época estos seres humanos lograron levantar la capital de su imperio, a punta de mano de obra básica sin tecnología, sin herramientas, sin ningún otro material más que piedras convertidas en bloques perfectos encajando en el rompecabezas que nos ha dejado como herencia el genio de Pachacútec!!