La cultura Chimú desarrollada a lo largo de la costa norte del Perú en el mismo territorio donde estuvieron los mochicas, llegó a tener dos millones de habitantes, se cree que viene desde la Polinesia, según algunos estudiosos, siguiendo la corriente de Humboldt y los vientos; se ha calculado que en 101 días habría una comunicación con Suramérica. Además, se ha comprobado que los mismos caracteres hacia las referencias marinas de los Chimú los tienen en Polinesia y que existe una gran similitud en los rasgos físicos de las personas de los dos sitios.
Cuando llegamos a esta enorme ciudadela nos impacta una vez más la falta de árboles, de plantas, que parece ser que no han existido nunca pues hasta el nombre de la ciudad tiene que ver con esta característica: Chan Chan significa “sol sol” y se llama así por la fuerte exposición al astro rey debido a la ausencia de vegetación, allí no aparece una ramita ni para una medicina.
Esta capital del imperio Chimú, de 100.000 metros cuadrados, 50.000 personas, la ciudad más grande de adobe de toda América y la segunda del mundo, construida entre los años 800 y 1400 nos proporciona una verdadera impresión arquitectónica. El adobe elaborado por comunidades locales, normalmente en regiones semidesérticas, es uno de los materiales de autoconstrucción más antiguos y económicos; la mejor tierra para su producción es la arcilla mezclada con arena o áridos gruesos que permiten producir bloques de diferentes tamaños y formas que se compactan y se dejan secar.
Sus enormes murallas con estructura trapezoidal tenían entre 4 y 5 metros de altura, construidas con una base principal de barro con piedra y adobes de diferentes tamaños, de tal manera que se generaba un sistema de amarre en la estructura.
El sector de las audiencias estaba construido con techos de palma de totora y encima una plancha de barro, posiblemente para proteger del calor porque no había cambios climáticos, no llovía; eran oráculos separados por corredores, pequeños cuartos en forma de U, con muchos nichos donde se colocaban estatuillas humanas de madera, pareciera que entras por un extremo haces el recorrido de oración y sales por el otro extremo. Si uno mira el plano total el sitio era un verdadero laberinto donde cada espacio servía para adorar a un dios.
En el centro de la construcción había humedades, llamados guachaques o ñapas que eran capas freáticas, es decir, filtraciones bajo el suelo que aprovecharon perforando y logrando una gran poza de agua que era considerada sagrada, porque en las noches de luna este líquido quieto y brillante era un espejo tan claro e impresionante que no solamente les mostraba el universo estrellado del desierto en todo su esplendor, sino que la imponente luna pedía que la veneraran.
Las representaciones de los muros son líneas mostrando olas, peces, nutrias, o círculos que representan la deidad principal de la cultura: la luna, por su influencia sobre el crecimiento de las plantas y su utilización como marcador del tiempo.
La cultura chimú fue conquistada por los incas hacia el año 1470 por orden de Pachacutec después de una guerra larga y sangrienta. Los incas se llevaron no solamente todos los tesoros del gran Chimú al Cuzco sino el conocimiento del manejo del agua y de la orfebrería de estos grandes maestros, que construyeron sus ciudades con los materiales de su tierra en un sitio estratégico donde la lluvia jamás las destruiría, mostrándonos una vez más la adaptabilidad y recursividad del ser humano.