El Señor de Sipán

La preocupación que tenemos por el cambio climático y ante el que todos debemos poner nuestra granito de arena, está más que fundamentada cuando confirmamos que la  naturaleza acaba civilizaciones enteras, tal cual le sucedió a los Moche o Mochicas, quienes vivieron entre los siglos I y VI d.c. en 650 km de  la costa norte del Perú, descubriéndose en 1987 dos pirámides, una religiosa y una administrativa construidas totalmente en adobe y la tumba de uno de sus gobernantes: el Señor de Sipán.
Gracias a este descubrimiento, en estado casi intacto, se ha entendido más a fondo una de las culturas preincaicas menos conocidas. Sipán era un centro ceremonial donde se encontraban las tumbas de los hombres más importantes en una plataforma funeraria.

Los mochicas no tenían  escritura pero tenían cerámica dejando en imágenes su legado cultural a través de esculturas y vasijas decoradas a pincel, representando divinidades, animales o escenas del realismo: los rostros altivos de sus gobernantes, la cacería de patos como deporte de la nobleza, la pesca, sus siembras de papa, yuca, maíz y algodón, sus rituales curativos a través de las plantas, sus instrumentos musicales, sus lanzas, los cangrejos, mantarayas, barracudas, las boyas de calabazo. En resumen eran, agricultores, pescadores, artistas y guerreros.

A medida que conocemos la historia de nuestros antepasados no acabamos de sorprendernos sobre sus desarrollos. Los mochicas los tuvieron en la producción metalúrgica, inventando la tecnología para recubrir con una fina capa de oro los artículos de cobre, procedimiento que apenas se descubrió en Europa en el siglo XIX (Galvanoplastia) y en el desarrollo de la agricultura en un desierto haciendo canales de irrigación, que hoy en las siembras se han vuelto a utilizar, trayendo el agua desde la serranía, desde donde también trajeron la madera indispensable del árbol del algarrobo para hacer moldes y reproducir las esculturas y vasijas de cerámica.

Llegamos a Chiclayo directamente al museo y tuvimos la sensación maravillosa que se siente dentro del alma y que hemos experimentado en otros lugares históricos como al entrar a la tumba de Filipo en Grecia, o caminando Persepolis, o Efeso, o Pompeya. El Señor de Sipán, nos inspira un respeto a medida que vamos recorriendo y disfrutando la exposición de sus más de 100 piezas de oro: ornamentos reales, las joyas como piedras preciosas, las orejeras, los sonajeros, los collares, los estandartes, los cetros, qué trabajo de filigrana, de miniaturas y de precisión. Estábamos en verdadero shock, es realmente algo digno de ver, comentábamos cómo serían los arqueólogos cuando fueron quitando arena y encontrando la tumba con más de 1200 vasijas y tal cual fue sepultado el gobernante con sus acompañantes, quienes fueron seguramente sacrificados con plantas alucinógenas: dos concubinas en la parte superior, la esposa a los pies, un guardia al quien le quitaron los pies para que no pudiera irse nunca y cuidara al señor, un niño con sus mascotas perro y llama y un sacerdote de la tribu, mostrando claramente todo un sistema jerarquizado y dual. Y lo más sorprendente el Señor de Sipán fue enterrado en la misma tumba en que estaba su tatarabuelo quien había muerto 300 años antes.

Según  muestran las piezas encontradas adoraban dioses y semidioses, mezcla hombre y animal, por ejemplo el hombre iguana que conectaba el mundo de los vivos con el de los muertos, el hombre araña de la tierra (el hoy famoso Spiderman inventado hace miles de años), el hombre pez del mar, el hombre cangrejo de las aguas y la muerte que no libraba al individuo de las obligaciones y privilegios y por eso se les rodeaba en su fosa de las personas y elementos necesarios.

Los mochicas se acabaron a sí mismos por no entender la naturaleza, por pensar que las lluvias torrenciales del fenómeno del niño eran causadas por la furia de los dioses y su principal respuesta para calmarlos fueron los sacrificios humanos. Cuando el fenómeno del Niño pasó quedaban muy pequeños grupos ya que sus dirigentes se fueron poco a poco dividiendo y terminaron fusionándose con los Chimú del sur, que luego hacia 1470 fueron invadidos por los Incas y unas décadas más tarde conquistados por los españoles.

Las fotografías que aquí aparecen fueron tomadas del libro “Sipan de Walter Alba” ya que no permiten entrar al Museo con ningún tipo de cámara, pero quisimos compartir este espectáculo ancestral.

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