Fiesta Indígena

colombia indígenas

La  experiencia vivida con el pueblo Edurio, un grupo indigena del Vaupés –Colombia, que vive a orillas del río Pira-Paraná fue mágica, miedosa, inolvidable y riesgosa.

Llegamos a Mitú, la capital del departamento cargados de chaquiras, sal, camisetas de todos los tamaños y colores, galletas, dulces y artículos de pesca que junto a gasolina mezclada (estaba prohibida la gasolina pura por el narcotráfico) tratábamos de acomodar en la pequeña avioneta que nos llevaría a nuestro destino. Íbamos Carlos, nuestro amigo Camilo y yo junto al piloto y nuestro primo odontólogo quien lleva años cuidando los dientes de las comunidades indígenas de la zona quien nos consiguió el permiso especial no solo para poder visitar la zona sino para asistir al gran evento que tendrían para esas fechas en que estaban invitadas otras comunidades vecinas.

Allí  estábamos sobrevolando las entrañas de nuestro país, la temida selva amazónica, en la búsqueda de nuestras raíces, de nuestra herencia cultural-genética y el deseo de tener vivencias y tomar imágenes que un día podíamos compartir con otros.

Después de dos horas de vuelo divisamos una zona menos boscosa con algunos cucuruchos de paja que a medida que nos acercábamos se fueron convirtiendo en un caserío con una zona llana que nos permitió aterrizar escuchando los gritos de los niños al acercarse: avión, avión.

Nos asignaron una maloca y un candado, hacía poco habían desterrado después de cortarle una mano a un indígena que encontraron robando. Allí armamos nuestra carpa. Amo las carpas porque permiten hacer una inspección total y estar seguros que no hay ningún animalito como compañero; pensamos que dormiríamos en total tranquilidad hasta que pusimos la cabeza en la pequeña almohada de camping y empezamos a escuchar a través del piso el tun tun tun que sentimos durante todas las noches y aprendimos que era el trabajo realizado por los hombres con el golpeteo al macerar las hojas de coca, después de secarlas, en un enorme pilón y convertirlas en el polvo verde para el mambeo.

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Los Edurios nos permitieron no solamente vivir entre ellos, sino como ellos, registrar su propia vida no solo sus cuerpos, ganar su confianza no robar sus imágenes,  recibir sus expresiones y sus formas sin sentirse espiritualmente sometidos y realizar todas las tomas deseadas en su estado natural y su vida día a día.

La cocina, la comida y su preparación son un ritual llevado a cabo por las mujeres y está directamente vinculado con la relación social entre ellas, con los fenómenos naturales y una incidencia directa en temas como la escasez, la cosecha, el tipo de fruto disponible, el consumo y el almacenamiento para evitar el hambre y asegurar la supervivencia. Después de la escasez les llega la abundancia: comer es festejar, celebrar en la maloca con toda la familia, que es el centro de la comunidad.

Estos rituales fijan las formas en que lo simbólico se tiene que representar promoviendo, con estas formas, la integración social, por ejemplo pintándonos la cara para pedir protección a sus dioses antes de caminar por la selva; la solidaridad del grupo, cuando éramos invitados por los niños a “cacería” de insectos buscándolo abajo de las piedras, asándolos y luego comerlos mostrando caras de la delicia de manjar que estábamos probando; la trasmisión, renovación y revitalización de sus valores y costumbres a través de muchas horas de conversar con el chamán, quien al final nos entregó varias hojas escritas y dibujadas para preservar su identidad.

“Así nos hemos originado nosotros, gente anaconda pez, a nosotros los que nos llaman los Edurios.”

“Wai ~hido ~bako ~kede ~bidoihi ~seda to korode basa yuhi gahan~do
hoehea koaria  ya s-storiaroha eduria ye”

En una de las navegaciones que hicimos por el río, fuimos a visitar y llevar algunos de nuestros regalos a una pequeña comunidad; cuando nos acercábamos vimos unos raudales dentro de una alucinante vegetación y allí dos niños desnudos corrían y jugaban en el lugar más paradisíaco que hemos visto; estuve a punto de cambiarle el nombre a Carlos y llamarlo Adán. La comunidad era muy pobre y sus ranchitos estaban que se caían, pero nos invitaron a pasar a su pequeña maloca donde nos sentamos todos en círculo y trajeron un cuenco con una bebida espesa, amarillo brillante, cuyas burbujas hacían blup, blup, blup y empezaron a circularla y a tomar.

Yo estaba sentada frente a Carlos y solo lo miraba para que me apoyara en no tomar esa cosa gomosa, pero el con su sonrisa me decía: tienes que hacerlo. A medida que el cuenco se acercaba de mano en mano yo no podía quitar los ojos del indígena con la boca verde y algunos dientes negros que le quedaban que yo tenía al lado. Finalmente cuando me tocó hice que me acercaba el cuenco y tomaba y cuando alcé la mirada me encontré los ojos claramente incrédulos de todos los del círculo. No quiero ni contarles, lo mal que me sentí cuando 10 minutos más tarde la vida me dio la más grande lección de hospitalidad, generosidad y humildad al encontrarnos antes de subirnos a nuestra embarcación para regresar, a la anciana de la comunidad con 5 huevos en sus manos, de las no más de cuatro gallinas que tenían, ofreciéndonos un regalo de su parte con una espectacular sonrisa de agradecimiento por nuestra visita y que por ningún motivo pudimos no aceptarlos porque hubiera sido un gesto de desprecio total, aun sabiendo nosotros que tenían una gran escasez porque en ese tiempo sus cosechas no habían sido buenas.

Y celebración era la que íbamos a tener el fin de semana que nos íbamos. Empezaron los preparativos especialmente la decoración de ornamentos y el maquillaje de la piel para tener la comunicación con los antepasados,  con seres sobrenaturales o dioses míticos y en una celebración para recibir protección, para invocar a los espíritus, para tener abundancia de comida, para danzar, para tener hojas de coca, de tabaco y yahé.

Llegó el día y en la gran maloca se reunió todo el pueblo Edurio junto a los invitados todos dirigidos por el chamán quien tenía un puesto de honor, como una pequeña caseta donde administraba las ofrendas, los rezos, las danzas, la música, la comida, e inicialmente el polvo verde para el mambeo de hombres y mujeres.

Hay constancia arqueológica que hace al menos 4.500 años que se realiza el ritual del mambeo en todas las culturas latinoamericanas. Es un acto cotidiano que inicia con la recolección de las hojas, su secado, su maceración y luego el ritual del mambeo, acción en la cual el polvo verde obtenido no se masca, se mantiene en la boca, hecho una bola, macerado en saliva, de modo que se absorben lentamente sus jugos a través de las mucosas de la boca.

A medida que pasaban las horas, las danzas eran más intensas, y la mezcla del mambeo con la chicha se iba notando en las actitudes de todos los presentes, así que decidimos retirarnos a nuestra maloca-carpa, porque realmente no sabíamos cómo debíamos comportarnos, así que mejor evitar, aunque no paráramos de oír la noche entera la música y el escándalo propio de una celebración.

Al día siguiente, nos despertó el ruido de la lluvia cayendo a torrentes, pensamos que como era tan fuerte pasaría pronto, nos empezamos a preocupar cuando preguntando nos informan que cuando en la selva empieza a llover así pueden pasar semanas sin parar! Carlos empieza a tratar de comunicarse con el piloto que debía haber venido ya por nosotros y no contestan, de pronto vemos un pequeño avión que viene hacia la pista  y al aterrizar vamos todos hacia él pensando que era el nuestro, cuando no reconocemos al piloto, el que ha llegado nos dice que ha hecho un aterrizaje de emergencia y pide un destornillador para chequear el generador que está fallando. Veo a Carlos que habla con él y viene hacia mí y me dice: “esta es la única oportunidad que tenemos para salir de aquí “ y yo le pregunto: ¿es seguro irnos en ese aparato? Y él me dice: no, no lo es. “Hay un riesgo con el generador y se puede apagar”. Todavía hoy nos preguntamos cómo nos subimos y nos fuimos volando 2 horas sobre la selva hasta regresar a Mitú, que cuando nos bajamos de la avioneta con un tiempo lluvioso, con neblina y por supuesto sin ninguna actividad en la pista la gente nos miraba tratando de encontrar una respuesta, hasta que uno de los ayudantes del aeropuerto decía bien duro para que todos lo escucharan y así responder: “ellos eran los que venían con el loco”.

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