En las carreteras del norte del país, nos llamó la atención encontrar cada 200 o 400 metros una o varias cruces acompañadas algunas veces de verdaderos altares, casi mausoleos y otras más sencillas, eso si todas con flores artificiales, con el nombre y fecha del fallecido, algunas con fotos, con diferentes decoraciones y recuerdos, como osos de peluche, tazas, con un pequeñísimo camino de entrada en pavimento, cemento o piedras, puertas de entrada a la casita, templete o santuario. Inicialmente, pensamos que era como en otros países que las cruces se ponen como recuerdo en el lugar de la muerte de las personas en un accidente en la carretera, pero eran tantísimas que desechamos esta teoría. Analizamos que las vías, principalmente la carretera panamericana, realmente no representaban peligro, ya que eran casi totalmente rectas, tenían mínimas elevaciones y nada que ver con los precipicios andinos que habíamos pasado, así que empezamos a hacer nuestras conjeturas: cómo íbamos por un desierto laaargo podrían ser caminantes que murieron sin agua, o soldados caídos en alguna guerra entre Chile y Perú, ya que algunas tienen la bandera tal vez mostrando un sentimiento patrio, o las cenizas de quienes han decidido que los entierren en el desierto en lugar de esparcirlas en el mar o en una montaña. Como no teníamos claridad empezamos a averiguar y la respuesta nos dejó atónitos. Efectivamente, las cientos de cruces y sus altares son muertos en esos sitios en algún tipo de accidente. Las llaman las “animitas” y aunque el cuerpo del difunto no está ahí, hay una tradición de rendirle homenaje y de volver al sitio de su muerte, hasta el punto que por ejemplo, los familiares se reúnen allí a pasar el último día del año con su ser querido, o el día de su cumpleaños y por supuesto el día de su fallecimiento. Es un sitio incluso igual o para alguno más importante que la tumba en el cementerio. Es un lugar de veneración religiosa, donde colocan velas, que recuerda el hecho trágico de la muerte de un ser humano. Es difícil establecer el origen y desde cuando se inició esta costumbre, cuyo único requisito es que se construya en el lugar exacto donde murió la persona, entendiendo que su alma permanece en el sitio donde se causó la muerte y que el cuerpo estará en el cementerio donde será enterrado.
Los deudos pueden pedirle al ánima que intervenga ante Dios o los santos para que les ayude en diferentes favores y si estos se cumplen colocan una placa y a medida que se juntan varias placas se considera que esa animita es milagrosa y aumentan los fieles a visitarla.
Existe un respeto total por esta creencia que no es solo religiosa, ya que la iglesia acepta como santos después de un proceso, solo a personas intachables y en estos altares hay personas muertas por accidentes, delincuentes fusilados, agnósticos, mujeres violadas y asesinadas, víctimas de la dictadura militar, hasta las barras bravas del fútbol crean animitas para visitar a sus seguidores muertos trágicamente y en los últimos años se ha creado el “bicianimismo” reconocido por colocar la bicicleta del fallecido como una escultura en la animita.
En lo que conocemos de religiones y tradiciones incluso desde la antigüedad, no nos habíamos encontrado con la división total del cuerpo y el alma para ser venerados en dos sitios diferentes: donde murió y se desprendió su alma y donde decidimos llevar su cuerpo. Parece ser que los pueblos siempre encontramos formas para nuestra necesidad de eternizar la memoria del difunto y venerar la muerte.