Desde La Serena y Coquimbo, dos pueblos unidos compartiendo un largo malecón súper agradable, con su sendero para bicicletas que aprovechamos una deliciosa mañana al lado del mar, llegamos a Valparaíso, ciudad que recordábamos cómo pintoresca y única, patrimonio de la humanidad, y que hoy, debido a las recientes protestas en el país, sus fachadas y construcciones coloridas están en gran parte destruidas por letreros, grafitis y centenares de vendedores ambulantes que le dan un toque de desorden a una ciudad con una morfología muy especial , ubicada en una espectacular bahía rodeada de cerros.
Finalmente llegamos a Santiago, esa hermosa y amigable ciudad, que además en esta época de verano el 60 por ciento de sus habitantes se van a la playa o al sur y la movilización por sus calles es muy fácil. Normalmente en las ciudades grandes es un problema para nosotros conseguir un sitio para parquear la autocaravana, ya que o son parqueos subterráneos, o pequeños o definitivamente no hay, así que fue sorprendente por decir lo menos, que con seis millones de habitantes está urbe y su gente hayan sido tan hospitalaria, como para permitirnos estar gratis durante casi una semana a la entrada del parqueo del Parque Metropolitano, el parque urbano más grande de Latinoamérica, donde tuvimos el mejor trato de sus porteros y absoluta seguridad.
Después de compartir unos días con amigas y amigos del alma maravillosos y dedicar unas cuantas horas, acompañadas de manjares en los magníficos restaurantes de la ciudad, a actualizarnos sobre nuestros ires y venires por la vida, salimos una calurosa mañana hacia el sur.
Pasamos por el camino del vino y por supuesto paramos en el viñedo Viu Tanent donde compramos unas botellas de un muy buen Carmenere y continuamos por los valles hacia Concepción, haciendo una parada en Linares donde tuvimos el gratísimo encuentro con cinco extraordinarios muchachos colombianos que habían salido en bicicleta de montaña desde Cusco e iban camino a la Patagonia por caminos y senderos agrestes no por carreteras. Si alguien quiere ver su odisea búsquenlos en Instagram (monteadentro.cc), que tienen unos paisajes únicos de su recorrido.
Recordábamos el mercado de pescados y mariscos de Valdivia (construido en 1900) y no nos decepcionó. Es realmente impresionante la variedad y cantidad de productos del mar que tiene esta ciudad y que distribuye a lo largo del país.
Hace varios años, habíamos estado por estos lados y en nuestra memoria estaba grabado el nombre de: Niebla. Un pequeño pueblito de pescadores a 18 Km de Valdivia, con su restaurante sobre la playa, con una frescura y delicia de comida inolvidables. Así que decidimos ingenuamente tomar nuestras bicicletas y recorrer el camino que resultó ser un permanente columpio, que nos sacó todas las fuerzas que teníamos en sus subes y bajas, hasta llegar a un punto en que nuestras piernas no daban más y que sin enterarnos era nuestro siempre recordado Niebla. Pues como en otros sitios una cosa son tus memorias y otra la realidad actual. Efectivamente, almorzamos allí en una gran explanada de cemento rodeada de casetas con comida, donde se estaba celebrando una feria, sin pescadores, sin restaurante artesanal, solo con las canoas de fondo, pero eso si con una deliciosa Paila Marina que tenía : almejas, choritos, congrio, machas, navajuelas, picorocos, piures y algo baboso y con sabor fuerte que creemos era erizo.
No podemos dejar de nombrar pueblos que enamoran en el sur de este largo pero rico país, lleno de migraciones que hoy conforman comunidades enteras como Frutillar una ciudad llena de cultura con una latente tradición alemana y con un paisaje gallardo al borde del lago Llanquihue y con el volcán Osorno de telón de fondo; Pucón, otro destino de colonos europeos, con sus cascadas, el lago y volcán Villarrica y sus centros termales los que por supuesto disfrutamos; Puerto Montt una de las entradas a Chiloé y a la Patagonia con su riquísimo y antiguo patrimonio cultural y de donde viene todo el salmón chileno que nos comemos; Osorno, a donde también llegaron en el 1800 los primeros alemanes promovidos por el gobierno de la época para impulsar la economía nacional, con sus casas típicas de madera del siglo XIX y su imponente Catedral y por donde decidimos cruzar hacia nuestro próximo destino: San Carlos de Bariloche, Argentina.